viernes, 16 de mayo de 2014

Florence

La economía norteamericana estaba en la bancarrota. Las hambrunas asolaban el país y muchos agricultores habían tenido que abandonar sus tierras en busca de plantaciones en el oeste del país. Todo era un desastre: vagabundos, familias hacinadas en pequeñas casas y sobretodo el rostro del hambre.
Eran las diez de la mañana. Yo estaba sentada en mi vieja silla. A lo lejos podía divisar a una mujer tomando fotografías. Ella estaba acompañada por un hombre que tomada nota de todo lo que veía.
En un momento me pregunte para mis adentros: ¿Por qué ella estaría tomando fotografías de algo tan horrible como lo era la situación que estábamos padeciendo?
Pronto, aquella mujer se dirigió lentamente hacia donde yo estaba. Mientras tanto, dos de mis hijos que se encontraban junto a mí, me preguntaron por qué esa mujer estaba allí. Con una seña les pedí que se callaran y fue en ese momento cuando mi mirada se cruzó con la de la fotógrafa, en un clima de complicidad.
Así fue como se paró frente a mí y me hablo:         
            -Disculpe, ¿Puedo tomarle una fotografía a usted junto a sus hijas? Le prometo que su nombre nunca será publicado. Esto servirá para recordar a la gente que todos podemos estar en apuros.
Inmediatamente le respondí:
                -¡No hay ningún inconveniente! Puede tomar la fotografía cuando usted desee.
Yo esperaba alguna indicación de como posar y en un descuido mientras llevaba la mano a mi barbilla con la mirada extraviada y pensando en lo desafortunados que éramos, ella, sin aviso, tomo la fotografía. En ese momento percibí la vergüenza que sentían mis hijas. Ellas bruscamente escondieron sus rostros en mi regazo.
La verdad es que yo también sentí vergüenza: La situación de pobreza y hambre por la que estábamos atravesando era terrible. Pero también pensé, en el fin que tenía esta fotografía, lo cual le dio un aliciente a mi espíritu.

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