La economía norteamericana estaba en
la bancarrota. Las hambrunas asolaban el país y muchos agricultores habían tenido
que abandonar sus tierras en busca de plantaciones en el oeste del país. Todo era
un desastre: vagabundos, familias hacinadas en pequeñas casas y sobretodo el
rostro del hambre.
Eran las diez de la mañana. Yo estaba
sentada en mi vieja silla. A lo lejos podía divisar a una mujer tomando fotografías.
Ella estaba acompañada por un hombre que tomada nota de todo lo que veía.
En un momento me pregunte para mis
adentros: ¿Por qué ella estaría tomando fotografías de algo tan horrible como
lo era la situación que estábamos padeciendo?
Pronto, aquella mujer se dirigió
lentamente hacia donde yo estaba. Mientras tanto, dos de mis hijos que se
encontraban junto a mí, me preguntaron por qué esa mujer estaba allí. Con una
seña les pedí que se callaran y fue en ese momento cuando mi mirada se cruzó
con la de la fotógrafa, en un clima de complicidad.
Así fue como se paró frente a mí y me
hablo:
-Disculpe, ¿Puedo tomarle una fotografía a usted junto a sus
hijas? Le prometo que su nombre nunca será publicado. Esto servirá para
recordar a la gente que todos podemos estar en apuros.
Inmediatamente le respondí:
-¡No hay ningún inconveniente! Puede tomar la fotografía cuando
usted desee.
Yo esperaba alguna indicación de como
posar y en un descuido mientras llevaba la mano a mi barbilla con la mirada
extraviada y pensando en lo desafortunados que éramos, ella, sin aviso, tomo la
fotografía. En ese momento percibí la vergüenza que sentían mis hijas. Ellas bruscamente
escondieron sus rostros en mi regazo.
La verdad es que yo también sentí vergüenza:
La situación de pobreza y hambre por la que estábamos atravesando era terrible.
Pero también pensé, en el fin que tenía esta fotografía, lo cual le dio un
aliciente a mi espíritu.
¡Muy lindo relato, Mica! Muy bien.
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